viernes, marzo 30, 2007

SECRETO DE MUJER.- Gioconda Belli


















A cierta hora del día
ciertos días
la noción de ser hembra emerge como espuma
y sube hacia los contornos de mi cuerpo.

Plexo solar, muslos, brazos
se esponjan de una sensualidad
que mucho mas allá del sexo.
El regocijo interno,
el perfecto balance del alma y cuerpo
me posee en un aire de águila y paloma
desde el que se me otorga percibir
la exacta redondez y tersura de las cosas.
desde los tobillos
un efluvio circular asciende a los sentidos
como si habitada por el antiguo poder de lo femenino
dejara de ser yo material y limitada
para transmutarme en el ala del ave
que, tensando los músculos,
vuela íngrima y absorta hacia el sol.
¿Quién dijo que soy débil?
¿Quién se atrevió a compadecerme?
Es esos momentos
del impúdico goce de saber que soy
pienso que debería, por decoro, taparme el rostro
el brillo sostenido, directo, de los ojos

para que ni los hombres,
ni los animales domésticos del vecindario
intuyendo mi olor a pájara o semilla germinada.
Saliera en pos de mi
queriendo poseer la esencia de mi fuerza.
como toda mujer que se precia de serlo,
cierro con un candado de llaves imposibles
la secreta noción de mi poder
y aparezco ante los demás
sin delatarme.


Imagen: Lucian Freud. Desnudo con una pierna levantada

lunes, marzo 26, 2007

EL PAIS BAJO MI PIEL- Memorias de amor y de guerra. Gioconda Belli
Así comienza la Gio sus memorias, libro que me ha estremecido, como pocos (como muy pocos), las mías.
Dos cosas que yo no decidí decidieron mi vida: el país donde nací y el sexo con el que vine al mundo. Quizás porque mi madre sintió mi urgencia de nacer cuando estaba en el Estadio de Somoza en Managua viendo un juego de béisbol, el calor de las multitudes fue mi destino. Quizás a eso se debió mi temor a la soledad, mi amor por los hombres, mi deseo de trascender limitaciones biológicas o domésticas y ocupar tanto espacio como ellos en el mundo. Delante del estadio de donde mi madre salió hacia el hospital, se alzaba entonces una estatua ecuestre de Anastasio Somoza García, el dictador que inicio en nicaragua, en 1937, la dinastía somocista. Quien sabe que señales se transmitirían en el liquido amniótico, pero en vez de terminar como deportista con bate en la mano, termine esgrimiendo todas las armas a mi disposición para botar a los herederos del señor del caballo y participar en la lucha de mi país por liberarse de una de las dictaduras mas largas del continente americano.

No fui rebelde desde niña. Al contrario. Nada hizo presagiar a mis padres que la criatura modosa, dulce y bien portada de mis fotos infantiles se convertiría en la mujer revoltosa que les quito el sueño. Fui rebelde tardía. Durante la adolescencia me dedique a leer.

Leía con voracidad y pasmosa velocidad. Julio Verne y mi abuelo Pancho- que me proveía de libros- fueron los responsables de que desarrollara una imaginación sin trabas y llegara a creer que las realidades imaginarias podían hacerse realidad. Los sueños revolucionarios encontraron en mi tierra fértil. Lo mismo sucedió con otros sueños propios mi género. Solo que mis príncipes azules fueron guerrilleros, y que mis hazañas heroicas las hice al mismo tiempo que cambiaba pañales y hervía mamaderas.

He sido dos mujeres y he vivido dos vidas. Una de mis mujeres quería hacerlo todo según los anales clásicos de la feminidad: casarse, tener hijos, ser complaciente, dócil y nutricia. La otra quería los privilegios masculinos: independencia, valerse por si misma, tener vida pública, movilidad, amantes. Aprender a balancearlas y a unificar sus fuerzas, para que no me desgarraran sus luchas a mordiscos y jaladas de pelos, me ha tomado gran parte de la vida. Creo que al fin he logrado que ambas coexistan bajo la misma piel. Sin renunciar a ser mujer, creo que he logrado también ser hombre.

Conciliar mis dos vidas ha sido más complejo. Ha significado la escisión geográfica. Echarme mi pasado, mi país al hombro y llevármelo no simplemente a cualquier parte, sino al norte, a la nación donde se urdió la red donde el pez de mis fantasías pereció. Un año después de que yo y muchos como yo alcanzáramos incrédulos y exultantes nuestros mas enfebrecidos sueños, mi país, retorno a la guerra, al desangre.

En vez de maná del cielo, llovieron balas; en vez de cantar en coro, los nicaragüenses nos dividimos; en vez de abundancia, hubo escasez. Mientras mi pueblo escribía en las paredes yanki, go home, yo me enamore de un yanki periodista. Cuando de mi revolución solo quedaron los ecos y las huellas, el amor, que nunca he podido resistir, me llevo a firmar un pacto con el amado que me condenaba a vivir parte del tiempo en su país. Por ese hechizo mágico, como las princesas de los cuentos, ahora transcurro parte de mi vida convertida en un pájaro que canta en una jaula de oro y añora el trópico de sus orígenes. Desde mi jaula rodeada de palmeras calentada por el sol californiano trato de reconciliarme con el país que, como niño grandulón, me arranco e
l cometa que yo echaba a volar; trato de verlo a través de los ojos del hombre que amo. Perdida en el anonimato de una gran ciudad en EEUU, soy una mas. Una madre que lleva a su hija al Kindergarten y que organiza play-dates. Nadie sospecha al verme que alguna vez me juzgo y condeno a cárcel un Tribunal Militar por se revolucionaria.

Ah! Pero yo viví otra vida. Fui parte, artífice y testigo de la realización de grandes hazañas. Viví el embarazo y el parto de una criatura alumbrada por la carne y la sangre de todo un pueblo. Vi multitudes celebrar el fin de cuarenta y cinco años de dictadura.

Experimente las energías enormes que se desatan cuando uno se atreve a trascender el miedo, el instinto de supervivencia, por una meta que trasciende lo individual. Llore mucho, pero reí mucho también. Supe de las alegrías de abandonar el yo y abrazar el nosotros. En estos días en que es tan facial caer en el cinismo, descreer de todo, descartar los sueños antes de que tengan la oportunidad de crecer alas, escribo estas memorias en defensa de esa felicidad por la que la vida y hasta la muerte valen la pena.
Imagen1: Poratada del libro en la edición de Txalaparta. Imagen2: "Clarita no quiere estar aquí". Nicoletta. Imagen3:Nicaragua. Imagen4: "Recien llegado". Nicoletta.

jueves, marzo 08, 2007

REIVINDICACIÓN. 8 DE MARZO DIA DE LA MUJER



Para erradicar definitivamente el adjetivo de "trabajadora" el 8 de Marzo. Porque ciertamente todas lo somos, ya sea fuera o dentro de casa: cuidando a nuestras hijas e hijos, cuidandando a nuestros mayores, como contable llevando la economía familiar y un sin fin de "trabajos". O acaso,
!QUE LEVANTE LA MANO LA MUJER QUE NO TRABAJE!

Imagen:Rosie the Riveter.J. Howard Miller. Tomada de aqui

lunes, marzo 05, 2007

LA CANCIÓN DEL PIRATA .-Fernando Quiñones



(…)Me saco de ayuno un portugués, freidor en La Corredera de otras cosas de masa y de buñuelos, que los hacia muy buenos y que, como no me veía siempre mas que mirarlos, tuvo en gracia aquel día convidarme a tres, hasta con su miel y aun con un buche de aguardiente para empujarlos. Me los dio diciendo:
-Quien muito mira, poco tene. Come, come.
Medio callado ya el perro del hambre, tire a despejar piernas y cabeza adonde los pasos me llevaran. No eche Plaza abajo pues por el largo de la marina no había quien pusiera pie, lleno como estaba de moriscos a embarque, con unas pocas familias de judíos. Aquella mañana, si no es que había allí dos millares de esas gentes, es que había tres, sentados entre sus enseres, con un tercio de soldados a celarlos y, como siempre, con mucho lagrimeo, lamento y cara larga unos y otros, porque de todos los lugares seguían trayéndolos sacados de sus casas y oficios, y echándolos fuera de España yo que se por qué.
Fui por donde la canal seca, de la calle de la Pelota a Puerto Chico, y salí a la Banda del Vendaval entre los destrozos de los murallones antiguos. Despacito y mirándomelo todo, me deje atrás el molino de viento que da a la mar sin murallas delante de los Capuchinos y bordee viñas y retamares hasta la ermita, que esa parte de La Caleta siempre me cayo a gusto desde que, siendo yo una menudencia, me llevo mi madre una tarde.
La ermita estaba abierta y el Cristo de los Panaderos medio fuera de ella, con las piernas al sol y tumbado por tierra en su cruz cuan largo es, porque la claridad llega corta adentro y había venido un señor forastero a repararle los desconchones, según me dijeron unas cuantas vecinas que estaban mirando ese trabajo.
Por el arrecife no había más que unos militares, yendo y viniendo del Castillo nuevo en la punta de San Sebastián, y una cuerda de galeotes que paso rechinando sus hierros.
(…)
Sin ser leído ni escribido, ya me habían llamado la atención otras veces, por esa Caleta, tantas ruinas y señales que de los antiguos hay allí. Propia mierda somos, bachiller, hijo, y bien que enseñan esas piedras donde acaban las trabajeras de la gente. Los paredones rotos, esos grandes que se salen del corral de pesca, ya por la boca de la cala, metidos en los maretazos y con unos graderíos al agua cualquiera sabe para que fiestas o jaleos o que peleas y matanzas, los mármoles caídos y otros en pura grieta y tenguerengue, los cachos en estatuas de hombre y de mujer entre las peñas y el oleaje, desnarigada y sin los brazos esta; la cabeza solo de otro; a falta de una teta y de una pierna aquella. Y el sol y mar y sus pájaros alegrándolo todo como si allí no hubiera pasado nada.
(…)
Imagen: Castillo San Sebastián y paseo Fernando Quiñones.